La psicología y nuevas masculinidades

 La mayoría de nosotros tenemos una una idea de lo que significa ser hombre, estas ideas parten de las diferencias visibles de nuestros cuerpos o de roles y comportamientos que determinan lo meramente masculino.

Pero, en los últimos años hemos visto que estas características que entendíamos como «masculinas» han dejado de serlo, y han surgido nuevas expresiones de cómo actuar, sentir o expresar la masculinidad, hablamos de las nuevas masculinidades.

Esta línea ha permitido replantear distintas prácticas relacionadas con el género y comprender de manera más específica las subjetividades masculinas que se han consolidado como hegemónicas y en ocasiones violentas.

De esta manera y en algunos espacios, ha sido posible actuar política y terapéuticamente hacía contrarrestar esto.

¿Qué es la masculinidad?

Se define como masculinidad al conjunto de características que la sociedad supone que definen a los hombres. Usualmente abarca rasgos tanto biológicos como culturales.

Al desmitificar la masculinidad, reconocemos que muchos de los comportamientos atribuidos al hombre son construcciones sociales, la adhesión de hombres a estos roles dependerá en gran medida de la educación que reciban en la infancia y de las influencias a que sean sometidos a lo largo de su vida.

¿Qué papel cumple lo masculino y los mandatos de género?

El «los hombres no lloran» es quizás el cliché más extendido cuando pensamos en las identidades de género masculinas. Sin embargo el movimiento feminista y la psicología nos han aportado mucho más que ese tópico.

El vigor y la fortaleza son adjetivos clave que acompañan a la idea de hombre en nuestro imaginario colectivo, este ideal se arraiga en la vida de muchos hombres que buscan, conscientemente o no, alcanzar esta imagen.

La familia, la escuela, los medios de comunicación y la sociedad en general le enseñan explícita e implícitamente la forma en que debe pensar, sentir y actuar como “hombre”. Por ejemplo, debe ser fuerte, no debe mostrar sus sentimientos, no puede tener miedo, y debe ser viril. Estas enseñanzas comienzan a afectar la forma cómo el niño se relaciona consigo mismo y con los demás.

Efectos a nivel personal:

Si pensamos en el aspecto individual, una de las primeras consecuencias que encontramos es la censura emocional. No todas las emociones nos están permitidas a las personas que habitamos cuerpo de hombre. Y las que se nos permiten, algunas solo se contemplan en situaciones restringidas. Las nuevas masculinidades señalan: Si la imagen que tenemos que mantener es la de fortaleza, expresiones como el miedo, la duda o la tristeza no son admitidas.

Por extensión, en situaciones difíciles nos cuesta más pedir ayuda, dado que desarrollamos cierta tendencia a la autosuficiencia, proveer de protección y no necesitarla. Cuando todo depende de uno mismo, y el objetivo es conquistar el entorno existe un elevado riesgo de verse desbordado por las frustración y en última instancia, la depresión.

Efectos a nivel grupal/social:

La presión grupal aquí adquiere un matiz añadido que a veces se define desde las nuevas masculinidades como «el pacto de hermandad entre hombres». Esto es una situación cotidiana e invisible donde ante alguna actitud machista en mayor o menor medida, un hombre busca el apoyo y la complicidad de otro, de modo que se sienta legitimado en su postura.

El pacto entre hombres va mucho más allá de este ejemplo, y permite imaginar por qué ocurren y se perpetúan muchas conductas que van dirigidas a la mirada aprobadora de un grupo de referencia.

Nuevas masculinidades:

La nueva masculinidad surge como esa alternativa para expresar el sentirse hombre de una forma más adaptativa. En estas nuevas masculinidades un hombre físicamente débil puede ser tan varonil como femenina una mujer fuerte.

Las nuevas formas de ser varones no exige un estereotipo de cuerpo blindado, ni soportar estoicamente las angustias y asumir el papel de un decadente Rambo, un imperturbable Hombre Marlboro o un atlético e insípido Sansón.

Basta con que se deje traslucir lo que de verdaderamente se es, sin pretender vender una idea distorsionada de lo esencialmente masculino.

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